lunes, 7 de noviembre de 2011

El Carrusel de la Vida


Hoy día la existencia humana transcurre en un carrusel emocional en el que no tenemos tiempo para elaborar el impacto de los amores y desamores, de las alegrías y dolores de la vida propia y ajena.
Tan pronto llegamos a casa agobiados por horarios de trabajo que fácilmente toman hasta 10 o 14 horas de nuestro día, nos vemos inundados por información acerca del panorama mundial y nacional, y entonces, se nos encoge el corazón porque un terremoto devastó una ciudad y mató 50.000 personas, o sentimos miedo de nuestro futuro pues la corrupción ha puesto en peligro las pensiones de vejez, o nos entristecemos porque la selección de nuestro país no ganó el partido, o terminamos admirando la vida perfecta de algún famoso que se acaba de gastar un premio millonario en alguna excentricidad.
En síntesis, olvidamos que la calma y el silencio interior son necesarios para atender el corazón, tomar parte en acciones que defiendan nuestro futuro o, sencillamente, reconocer que los famosos, a pesar de lo que parece, son personas como nosotros. Pero más grave aún, tampoco nos damos cuenta que nuestra pareja o hijos necesitan una caricia o una frase amable que les cuente que de verdad nos importan.
Así, terminamos sintiéndonos muy solos en medio de una gran actividad y con una sensación de impotencia porque, como dicen en el fútbol, el que no hace los goles los ve hacer.
Entonces, ¿será posible rescatar nuestro yo interior con sus verdaderos sentimientos y pensamientos de esta corriente vertiginosa en la que nos hemos olvidado quienes somos?
Una persona en la consulta, me relataba lo triste que se sentía y en verdad no podía entender lo que le pasaba pues tenía una vida prácticamente perfecta.
Asistía a su trabajo todos los días, era una actividad interesante que demandaba mucha creatividad, pero él era suficientemente creativo. En realidad, tenía un horario largo, pero compensado con un buen salario. Llegaba a su casa, se encontraba con su familia, allí cada uno tenía sus actividades: los unos estudiaban, los otros hacían tareas o estaban con sus amigos, su cónyuge había decidido llevar trabajo a la casa, y él veía las noticias pues le parecía importante estar informado.
Así pasaban todos los días. En principio, su rutina no podía ser más normal, era difícil explicarse su tristeza y su cansancio. Le pregunté si había algún momento del día en que estuviera más triste. Después de pensarlo me dijo que lo más triste era por la noche, en su casa, pero que le parecía raro porque no pasaba nada especial. Le comenté que de pronto era eso, que no pasaba nada. Se rió, pensó que se trataba de un chiste, pero insistí.
Le pregunté: “¿Sabe tu familia que estás triste?” Me dijo “¡Claro que no! Para que preocuparlos.” Seguí por ese camino: “¿Sabes tú lo que ellos están sintiendo?” Me contestó que no y agregó, “pero es que no hay problemas”.
En muchas familias como esta, no hay problemas graves pero los sentimientos no se comunican, es como si fueran secretos. Y es que cuando las personas no se cuentan lo que sienten acerca de su día de trabajo o de lo que sucede en el mundo, cuando incluso los propios sentimientos son desconocidos, ello tiene consecuencias. Cuando se pierde el contacto con los demás y con el yo interior ocurre lo inevitable: nuestra vida se llena de tristeza.
Y es que los seres humanos nos sentimos felices si hacemos contacto con los demás y si hacemos silencio para oír nuestros deseos. En verdad, por raro que parezca, nuestros ancestros vivían en manadas y la realidad es que todavía disfrutamos si, como ellos, nos sentimos protegidos compartiendo ideas y sentimientos, protegiéndonos unos a otros, ayudándonos si se sufre.
Si queremos que el carrusel de la vida actual no acabe con la felicidad profunda de los seres humanos, es necesario que al lado de las comodidades de la vida civilizada recuperemos las viejas costumbres del silencio interior y del contacto afectivo que precisamente transformaron a la manada humana en seres humanos con historia.
M. Solorza Psicóloga

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